viernes, mayo 10, 2013

HoPe!

Hay quienes dicen que todo en la vida cumple ciclos y que todo son círculos que se abren y se cierran, hay quienes entienden eso a la perfección, y no sufren cuando esos ciclos se alejan o desaparecen; hay quienes lo van aceptando poco a poco, con un poco de llanto, pero salen y empiezan a sanar, y hay otros, los que lloramos y luchamos y luchamos por no dejar desaparecer un ciclo, y dejar que alguien se aleje. Sufrimos, y pensamos que algo hacemos mal, que es nuestra culpa, que hemos fallado de nuevo, y pueden tardar meses o incluso años en que seguimos pensando en ciclos y círculos, y vuelven los reproches, y cuando creemos que sanamos, caemos de nuevo.

 
Esta es la Historia:

Llegaste a mí una tarde de Septiembre del año pasado, llegaste en el momento indicado, no eran días fáciles, y necesitaba compañía, al menos alguien que me escuchara, sin reclamos, objeciones, críticas o consejos, sólo eso, que me escuchara. Por primera vez en mucho tiempo, yo había elegido, yo te había escogido. Escogí que fueras fuerte, que siempre te vieras viva, que disfrutaras del sol y descansaras bajo la luz de la luna, que tu inspiración fuera milenaria y que tus años fueran símbolo de eternidad, del puente entre lo divino y lo humano, y no me equivoqué al elegirte, radiante y majestuosa.

Ambas estábamos frágiles ante un mundo que – en ese momento – no nos pertenecía, tu luchabas por reconocer tu nuevo hogar, tu nueva familia, mientras yo luchaba para volver a ser parte de un mundo del que me sentía ajena.

Tu supiste entrar en mi vida, hacerme de nuevo sonreír, y aunque muchas veces pude haberte ahogado entre tantas lágrimas, no dejaste nunca de estar ahí, de escucharme, de dejarme pensar a tu lado para sacar mis propias conclusiones.

Sólo me pedías amor, agua, y buen trato, nada del otro mundo, nada que no te pudiera dar.

Mi vida cambió durante el tiempo que estuviste a mi lado, los días se hicieron más claros y menos grises, y las conversaciones más agradables y menos tristes, estaba cambiando mi ánimo, y tú me habías ayudado, estando ahí, dejándome cuidarte, a pesar de ser tú mayor que yo. Consentirte era - no voy a mentir - algo doloroso, pero aun así no dejaba de hacerlo. A veces te pellizcaba, sólo para que te sintieras viva, nunca con la intención de hacerte daño, no podía hacerte daño después de todo lo que me ayudaste mientras sanaba. Todos al verte en casa, se maravillaban, “Qué linda!”, “Se nota que la consientes mucho!”, y yo me sentía orgullosa de tenerte a mi lado.

Fuimos cambiando, yo estaba renaciendo entre las cenizas y tú ya no te veías tan feliz y radiante como cuando llegaste a mí, se te notaba un poco débil, y triste. Tan pronto noté el cambio no dudé en pedir ayuda, hice lo que me pidieron, tenía que dejar que fueras a otro lugar donde estarías mejor. Estuvimos un poco alejadas, y eso me dolió, me daba tristeza que no estuvieras a mi lado, que no pudiera consentirte, o hablarte. Fui a visitarte, y noté que el cambio había sido positivo pero poco, consulté nuevamente, y volvimos las dos a casa. Seguimos con la rutina, yo te hablaba, o quizás te aburría, incluso te canté porque alguien me dijo que lo hiciera, que la música sanaba. Te consentí mucho más, y trataba de estar a tu lado al menos unos minutos cada día. Tu ánimo no cambiaba, se te notaba triste, te cambiaba de lugar para que vieras el sol durante el día y la luna durante la noche. Ya no irradiabas vida, pero sí sentía que querías luchar, que querías  estar a mi lado, que no te vencerías tan fácilmente, que darías tu último esfuerzo, yo lo sentía, y estaba ahí contigo, sentía tus ganas de vivir, aunque por fuera te vieras decaída, pero por dentro aún se te sentía ese olor y color característicos.

Hoy, cuando fui a consentirte, y a sumergirte en agua, no aparecieron las burbujas que normalmente hacías aparecer, esas demostraciones de felicidad que me hacían sonreír, entonces en mi afán por encontrarte viva, pellizqué tu tronco, se nos había vuelto rutina, porque ya tus pocas hojas no eran verdes como cuando llegaste acá. Y te pellizqué, y no vi nada verde, ni el olor a pino (que me encanta), sólo un tronco del mismo color que el exterior, que sólo me corroboró que ya no estabas a mi lado.

A medida que tu verde se iba marchitando, fui entendiendo que todo tiene su momento, que estuviste conmigo cuando te necesité, que me diste vida, fuerza, alegría, cuando yo no tenía nada de eso. Que le sonreíste a esa cara larga con la que llegaba a ti, que aguantaste tantas lágrimas, tantas historias, tantas tristezas. Que me ayudaste a sanar, eso no lo dudo.

Hoy esta lluvia nocturna lleva tu nombre. Los japoneses le enseñan a uno que según el Zen lo que no está bien ni se guarda ni se regala, y no tiene sentido que me apegue a ti. Gracias Hope por enseñarme que puedo ser de “los quienes” que pueden cerrar ciclos, o que pueden permanecer un ciclos sin reprocharse nada, simplemente dejando las cosas pasar.

En el cielo de los Bonsais debes estar sumergiéndote en agua, y contándole a otro lo que yo te contaba a ti. Diviértete allá y piénsame de vez en cuando que yo acá te pensaré, pues ya no te tendré para trasladarte de un lado para el otro en el apartamento.

 
 



Pd: Perdón por los pellizcos

 

- Veo una pequeña luz, Esperanza, la ves?



2 comentarios:

Anónimo dijo...

:)

Xía dijo...

Que bonito expresar amor por un ser vivo y sentir gratitud por él. Bendiciones para hope en su camino cósmico :)